martes, 23 de diciembre de 2008

El Che


(Por Jorge C. Testero, Director Editorial del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini)

Medio siglo desde el primero de enero de 1959. Cincuenta años de uno de los momentos culminantes de una epopeya que conmovió al mundo. En una época en que las conmociones eran frecuentes se destacó y nos conmovió a nosotros, y nos sigue conmoviendo.

En una isla del Caribe unos barbudos acompañados por un pueblo recuperaban la dignidad luego de un duro combate. Parecía un milagro, en esa isla, que para muchos era el sinónimo de playas y placer, triunfaba una revolución. No era un milagro ni una excepción, fue parte de un largo y profundo proceso. Una emergencia auspiciosa de una continuidad histórica de avances y retrocesos.

Luego lo supimos, era Cuba y su extraordinaria estirpe libertaria con la estrella de Martí. Era Cuba, su pueblo culto y amable pero fiero e invencible defendiendo su libertad. Y era Fidel, ese joven henchido de porvenir pero que tenía tras de sí un largo y fecundo pasado.

Y allí estaba el Che, un médico argentino que, también, venía de recorrer un largo camino y en ese cielo tamizado de estrellas encontró la suya. El triple encuentro de Fidel, el Che y la Revolución Cubana fue una conjunción planetaria que parió una era nueva para América y este nombre se reencontró con aquella identidad integral cual la nombraron Bolívar y San Martín. Se convirtió en Nuestra.

Y la revolución impregnó las selvas, los desiertos, las montañas, los ríos y las ciudades de esa América nuestra. E impregnó los corazones de millones de jóvenes que se encontraron con su destino y echaron a andar. En diez años el Che se devino en el estandarte de esa buena nueva, en el guerrillero heroico de las tierras pobres, en el mensajero de la nueva era.

De un tiempo nuevo para los hombres. El era hombre, y era nuevo.

Representante de la rebeldía caribeña recorrió el mundo. Desde siempre se sintió parte del movimiento comunista mundial, heredero de Marx y Lenin. Formado en el marxismo reconoció los logros del socialismo existente pero no se conformó con lo que había, el hambre y la miseria que conoció en las profundidades americanas lo urgía.

Se sentía reclamado por otras trincheras, por otras batallas.

Su jefe y maestro tenía los pies enraizados en la tierra húmeda del lagarto verde. Debía construir ahí el faro de la nave insignia de la región en la lucha contra el imperialismo.

El Che asumió en su cuerpo el internacionalismo que ambos siempre defendieron. El internacionalismo proletario de los comunistas.

Y allá fue el soldado de América. Las selvas y valles habitadas por campesinos hambrientos, por obreros mal pagos o desocupados, por enfermos sin remedio, por mujeres humilladas, por niños abandonados, por viejos olvidados; lo vieron debatir y combatir.

Lo vieron escribiendo, enseñando, ayudando. Lo vieron despertarse al alba y llegar primero; lo vieron en la alta noche retirarse último.

Lo vieron fraterno con el hermano y feroz con el enemigo. Lo vieron tierno recordando un poema de Tuñón, recordando el horizonte de cerros de Alta Gracia o alguna esquina de Buenos Aires. Lo vieron en el sueño nombrando a sus hijos. Lo vieron severo con los errores, intransigente en el cumplimiento del deber y comprensivo de las debilidades de sus compañeros. Nunca con las suyas.

Así se forjó, desde le seno de una familia ilustrada de típica clase media argentina, pasando por una universidad gorila y cargada de espaldas a los caminos de los pueblos extraños en sus propias tierras, muertos en vida. Esclavos de señorones que a su vez eran servidores de corporaciones que a su vez eran parte del gran imperio del norte. De ese, del que no había que confiar ni un “tantico” así.

Siempre tomando partido por los mismos. Por los condenados de la tierra, por los trabajadores y los campesinos despojados, a la lucha por su emancipación le dedicó sus mejores años. Le entregó su vida.

Conoció los suelos originarios de muchos de sus compañeros de la Sierra Maestra descendientes de hombres y mujeres esclavizados. Se unió a sus hermanos con su brazo libertario. Conoció con amargura las consecuencias de aquella terrible práctica del capitalismo desatado. Sintió, en su encogido corazón, el costo tremendo de años y años de crueles secuestros de la flor y nata de la juventud africana. Esa experiencia lo marcó para siempre.

El resultado, más allá de la historia de un fracaso, fue la firme decisión de seguir peleando. Que a tanta crueldad había que responderle con inteligencia, organización y lucha. Que a tanto capitalismo había que responderle con más socialismo.

Y volvió por sus fueros. Desanduvo el mar y recaló en nuestras costas, fogoso y rugiente.

Sintió el calor de la Revolución Cubana y de su hermano Fidel. El rodeo de sus compañeros. La cercanía de su sangre. Y olfateó un aire que lo arrebató. Un aire que le repuso un sueño. Un viento del sur que lo llamaba. Un aroma de mar dulce, yerba mate y tango que lo reclamaba.

Y se vino nomás. Hizo un alto en la tierra de los aymaras, los quechuas, los guaraníes y criollos empobrecidos dominada por gringos ricos y criollos ricos. La tierra del nombre del libertador.

Abordó Bolivia con el objetivo de construir un ejército de liberación en la tradición del sanmartiniano. Un contingente armado de campesinos, mineros y obreros. Una selección internacional de militantes y combatientes, de soldados de la libertad. A organizar un territorio libre de imperio, libre de reacción, libre de espanto. Y desde allí realizar las expediciones necesarias para crear uno, dos, tres o más frentes ofensivos para batir al enemigo. En los Andes, en las selvas, en las llanuras del sur. Buscando un nuevo Ayacucho. Un nuevo amanecer.

Pero no pudo ser, en una encrucijada lo emboscó el enemigo. Como a Sucre lo acribillaron en un zanjón, como a Cabral por ayudar a un compañero. Prisionero, fue asesinado en una celda improvisada (no otra cosa que un centro clandestino de detención) por un oscuro cipayo que, vaya paradoja, por esa enormidad pasó a la historia.

Desde ese día no dejó de crecer.

De lo que él dijo, se cumplió todo. Lo que predijo lo estamos viviendo.

De lo que se perdió quedó la experiencia, la cultura que se transmite y aguarda.

La Revolución Cubana más alta que nunca.

Fidel, con el vigor de los años, se agiganta en su estatura de estadista.

Los países por los que él pasó bullen alborotados echando gringos por las ventanas.

El dragón imperial herido, rota su bolsa, pierde a raudales la sangre que lo alimenta.

Los pueblos se organizan y preparan su ofensiva; para no pagar los platos rotos, por la paz y la vida en el mundo. Ya se los ve copando calles y plazas.

Palabras hasta hace poco escamoteadas por años de derrota, sepultadas por escombros de batallas perdidas, vuelven a las lenguas plurales de los pueblos reclamando su lugar en la esperanza. Palabras y luchas, elementos básicos de la argamasa colectiva que construirá el sujeto reclamado por la historia.

Sí, la Revolución es posible.Es necesaria.

Sí, aquí también.

El futuro está cerca. Si hay unidad, si hay tenacidad, si hay inteligencia. Si hay abnegación y entrega. Si se construye alternativa política.

Todos los días, desde algún lugar en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo, en escuelas y facultades o en la calle; desde remeras y cartones, en banderas de lucha o estampitas, desde cuadros, pinturas, fotos y grabados; en el teatro, en la cancha y en el cine, la mirada del Che nos lo reclama.

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  © protagonistas delsur de Gustavo Cano para www.protagonistasdelsur.blogspot.com 2009

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